(Editorial Atena,1988)
Asocio la poesía de Yolanda Lagos Garay con la
rebeldía del árbol chilote que no se deja vencer por el viento más intenso.
Leamos:
“Permanezco en el lugar de todas las ausencias
En espera que ese alguien que se asoma y no se aleja
En medio del placer y la agonía”
El retorno del paisaje de la infancia florece y
perfuma cada verso y tiene la virtud de embriagar al lector con su remembranza:
“Acariciada por el viento y la lluvia
Detenerme en la esquina del pasado
Donde jugó la brisa de mi infancia
Donde solía soñar sin lastimarme”
La espera del ausente es la esperanza que no muere y
mantiene el goce de la vida en el ensueño y la fortalece.
“¡Oh! tú que has de venir
A derribar el árbol más vetusto del bosque
A tocarme la frente y ser ungida,
Te nombraré guardián de mi morada
Por siempre reinarás sobre la muerte”
Emotivo, lleno de sinceridad está el amor filial, en
álbum para mi hijo, ligado al otro amor de la tierra:
“Cada roca modela tu costado
Cada ola
pronuncia tu nombre
Y en la arena
te escribo un mensaje”
Leer a Yolanda es vivir el amor al terruño, superar
el dolor y sentir el encanto del a mejor poesía.
Lo confirman las palabras de Juan Godoy:
“En la obra de Yolanda Lagos Godoy está ubicada en
la línea de la poesía chilena alta, la
cuajada en coágulos de hondas vivencias- argamasa de paisaje, alma y tiempo-,
que constituyen la vida profunda y brotan hechas canto en el poema”.
Sergio Bueno
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